Villa de San Francisco, Franciso Morazán, Honduras

sábado, 27 de febrero de 2010

WILLIAM V. WELLS: EXPLORACIONES Y AVENTURAS EN HONDURAS.

OBRA PUBLICADA EN NEW YORK EN IDIOMA INGLÉS EN 1857. EDICIÓN EN CASTELLANO DEL BANCO CENTRAL DE HONDURAS. TALLERES TIPOGRÁFICOS DEL BANCO CENTRAL DE HONDURAS, TEGUCIGALPA D.C.


“Cabañas no sólo es el Bayardo de Honduras, el Caballero sin miedo y sin tacha, sino también, el Cid Campeador de Centro América, que combatiera constantemente por la Federación y por la Patria. La vida de Cabañas es el poema humano de la Libertad, que está esperando un Romancero popular. La empresa federal: Dios, Unión, Libertad, fue siempre su divisa. Cabañas que gobernó en Honduras, tendrá siempre el suave resplandor de la luna. No es posible hablar del Gran Capitán centroamericano (Francisco Morazán) que nació en Tegucigalpa, sin recordar al ilustre soldado hondureño que muriera en Comayagua. Estos héroes inseparables, que cubiertos con el tricornio republicano, con la banda del Magistrado al pecho, y montados sobre el corcel de Batalla, señalan juntos con la espada el horizonte, son hechos ciertamente para el cantar de gesta y la epopeya. Son comparados los dos, por su valor y sus virtudes, a los varones de Plutarco, que engrandecieron a Esparta, a Atenas y a Roma”.

lunes, 15 de febrero de 2010

MORALEJA CAPERUCITA ROJA


MORALEJA
Aquí vemos que la adolescencia, en especial las señoritas, bien hechas, amables y bonitas no deben a cualquiera oír con complacencia, y no resulta causa de extrañeza ver que muchas del lobo son la presa. Y digo el lobo, pues bajo su envoltura no todos son de igual calaña: Los hay con no poca maña, silenciosos, sin odio ni amargura, que en secreto, pacientes, con dulzura van a la siga de las damiselas hasta las casas y en las callejuelas; más, bien sabemos que los zalameros entre todos los lobos ¡ay! son los más fieros.

domingo, 14 de febrero de 2010

CAPERUCITA ROJA CHARLES PERRAULT

Había una vez una niñita en un pueblo, la más bonita que jamás se hubiera visto; su madre estaba enloquecida con ella y su abuela mucho más todavía. Esta buena mujer le había mandado hacer una caperucita roja y le sentaba tanto que todos la llamaban Caperucita Roja.

Un día su madre, habiendo cocinado unas tortas, le dijo.

—Anda a ver cómo está tu abuela, pues me dicen que ha estado enferma; llévale una torta y este tarrito de mantequilla. Caperucita Roja partió en seguida a ver a su abuela que vivía en otro pueblo. Al pasar por un bosque, se encontró con el compadre lobo, que tuvo muchas ganas de comérsela, pero no se atrevió porque unos leñadores andaban por ahí cerca. Él le preguntó a dónde iba. La pobre niña, que no sabía que era peligroso detenerse a hablar con un lobo, le dijo:

—Voy a ver a mi abuela, y le llevo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre le envía.

—¿Vive muy lejos?, le dijo el lobo.

—¡Oh, sí!, dijo Caperucita Roja, más allá del molino que se ve allá lejos, en la primera casita del pueblo.

—Pues bien, dijo el lobo, yo también quiero ir a verla; yo iré por este camino, y tú por aquél, y veremos quién llega primero.

El lobo partió corriendo a toda velocidad por el camino que era más corto y la niña se fue por el más largo entreteniéndose en coger avellanas, en correr tras las mariposas y en hacer ramos con las florecillas que encontraba. Poco tardó el lobo en llegar a casa de la abuela; golpea: Toc, toc.

—¿Quién es?

—Es su nieta, Caperucita Roja, dijo el lobo, disfrazando la voz, le traigo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre le envía. La cándida abuela, que estaba en cama porque no se sentía bien, le gritó:

—Tira la aldaba y el cerrojo caerá.

El lobo tiró la aldaba, y la puerta se abrió. Se abalanzó sobre la buena mujer y la devoró en un santiamén, pues hacía más de tres días que no comía. En seguida cerró la puerta y fue a acostarse en el lecho de la abuela, esperando a Caperucita Roja quien, un rato después, llegó a golpear la puerta: Toc, toc.

—¿Quién es?

Caperucita Roja, al oír la ronca voz del lobo, primero se asustó, pero creyendo que su abuela estaba resfriada, contestó:

—Es su nieta, Caperucita Roja, le traigo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre le envía.

El lobo le gritó, suavizando un poco la voz:

—Tira la aldaba y el cerrojo caerá.

Caperucita Roja tiró la aldaba y la puerta se abrió. Viéndola entrar, el lobo le dijo, mientras se escondía en la cama bajo la frazada:

—Deja la torta y el tarrito de mantequilla en la repisa y ven a acostarte conmigo.

Caperucita Roja se desviste y se mete a la cama y quedó muy asombrada al ver la forma de su abuela en camisa de dormir. Ella le dijo:

—Abuela, ¡qué brazos tan grandes tienes!

—Es para abrazarte mejor, hija mía.

—Abuela, ¡qué piernas tan grandes tiene!

—Es para correr mejor, hija mía.

Abuela, ¡qué orejas tan grandes tiene!

—Es para oír mejor, hija mía.

—Abuela, ¡que ojos tan grandes tiene!

—Es para ver mejor, hija mía.

—Abuela, ¡qué dientes tan grandes tiene!

—¡Para comerte mejor!

Y diciendo estas palabras, este lobo malo se abalanzó sobre Caperucita Roja y se la comió.