Día a día vemos horrorizados las matanzas que los medios, abundando en grotescos detalles, nos presentan. Escuchamos opiniones diversas de la gente sobre la manera de cómo el gobierno debe de ponerle fin a esta calamidad que nos agobia. Sin embargo, nadie parece estar dispuesto a entender ni a ayudar verdaderamente a la solución de este problema, poniendo un granito de arena para solucionarlo, pues si bien es cierto de que quienes cometen estos abominables crímenes merecen castigos ejemplares, también es cierto de que eso es nada más curar la enfermedad en el enfermo y no erradicar su fuente de contagio.
Sabemos que existen jerarquías en la criminalidad, desde el gran capo que ordena asesinar a sus competidores, como el que mata por robarse un aparato electrónico, y el sicario que mata por una paga. Es obvio que ninguno de ellos tiene ningún remordimiento, pues estos individuos no tienen alma, no tienen conciencia, no tienen moral. Aflora pues la amoralidad, que es la carencia de moral. Y así, a menudo escuchamos a los políticos, a los religiosos y hasta la persona común decir que: “hemos perdido nuestros valores morales”. Hay mucha verdad en esta puntual afirmación. Esta entonces parecería ser una respuesta a la pregunta del por qué la autoridad no puede controlar la gigantesca ola de criminalidad. Simplemente porque lo moral no concierne al orden jurídico sino al ámbito de la conciencia personal. Consecuentemente llegamos a la conclusión de que la represión del delito o del delincuente no eliminará la delincuencia. Tal vez, mínimamente la disminuirá. ¿Qué entonces ayudará? Obviamente, según esta reflexión, una solución relativa sería, entre otras, MORALIZAR a nuestra gente. ¿Cómo? Esta, si es la pregunta del millón, como popularmente se dice, pues hay que discernir por dónde empezar a moralizar ya que muchos piensan que hay que comenzar por MORALIZAR a los que tiene la potestad de ordenar la realización de esta lenta y monumental tarea, para que después de adquirida esta conciencia moral y social seguir con la moralización del pueblo.
Este pensar puede verse muy utópico, a muy largo plazo y hasta ridículo, pero es una solución real, pues la gente ya no cree en nada ni en nadie. Han perdido la fe, la esperanza de algo mejor. Han perdido el amor al prójimo, sus ilusiones y hasta el respeto a la vida, pues se ven engañados, explotados, marginados, abandonados y… tantos más…ados. Sin embargo, los que en realidad queremos el bien común, el respeto a la vida y la armonía entre hermanos, aún abrigamos la fe de que en el hombre, por muy malvado que sea, tiene en su interior un poco de amor hacia los demás o hacia alguien. Por eso, debemos de intentar buscar una solución al problema en su raíz, en su origen.
Muchos dirán que la solución es simple, pues la moralización viene con la educación complementada con una justicia social. Cierto, estas acciones pueden ser una solución, pero si nos preguntamos: ¿Quién va a educar al pueblo? ¿Los maestros? Esta sí es una buena pregunta y de la cual ya sabemos la respuesta, pues como dije antes deberíamos de empezar a moralizar, a educar y a disciplinar a los mal llamados maestros ya que estos lastimosamente son parte del foco de infección de tanto irrespeto, ingobernabilidad, violencia y odio hacia los demás y a los que hay que educar enseñándoles valores como el respeto al prójimo, a los bienes ajenos y a la sociedad, honradez, amor al trabajo y a la patria. ¿Qué nos queda entonces? Agregando a lo antes dicho, hacer realidad el slogan de mi partido: “JUSTICIA SOCIAL CON LIBERTAD Y DEMOCRACIA”. Señor Presidente, Usted tiene la última palabra.
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