Yendo hacia la escuela me preguntas
qué otras escuelas son graduadas.
Llego hasta Fruit Street y apartas los ojos.
Caminando bajo estos árboles amarillos
llevas bajo el brazo tu fiambrera del ejército, y tus
piernas cortas, enfundadas en ropa de trabajo
transforman tu sombra en unas tijeras
que no cortan nada en la acera.
De pronto me dices que todos los estudiantes allí son frutas.
Todos prefieren coger arándanos porque son pequeños.
Las bananas, dices, son los guardias.
En tus ojos veo reuniones de naranjas, y
asambleas de manzanas.
Todos, dices, tienen brazos y piernas
y las sandías son a veces tardías.
Son torpes y gordas.
Como yo, dices.
Podría decirte muchas cosas, pero mejor no.
Los niños sandía no saben abrocharse los zapatos;
se lo hacen las ciruelas.
O cómo te robo la cara...
te la robo, te la robo, y la llevaré en lugar de la mía.
Pero sobre la mía se gasta enseguida.
Lo hace por estirarla.
Podría decirte que morir es un arte
y que aprendo deprisa.
Creo que en esa escuela ya has
elegido tu propio lápiz
y empezado a escribir tu nombre.
Supongo que entre ahora y luego, podríamos
algún día hacer novillos y llevarte a Fruit Street
y yo aparcaría bajo la lluvia de las hojas de octubre
y miraríamos cómo una banana acompaña a la última sandía,
retrasada, a través de ese portal.
qué otras escuelas son graduadas.
Llego hasta Fruit Street y apartas los ojos.
Caminando bajo estos árboles amarillos
llevas bajo el brazo tu fiambrera del ejército, y tus
piernas cortas, enfundadas en ropa de trabajo
transforman tu sombra en unas tijeras
que no cortan nada en la acera.
De pronto me dices que todos los estudiantes allí son frutas.
Todos prefieren coger arándanos porque son pequeños.
Las bananas, dices, son los guardias.
En tus ojos veo reuniones de naranjas, y
asambleas de manzanas.
Todos, dices, tienen brazos y piernas
y las sandías son a veces tardías.
Son torpes y gordas.
Como yo, dices.
Podría decirte muchas cosas, pero mejor no.
Los niños sandía no saben abrocharse los zapatos;
se lo hacen las ciruelas.
O cómo te robo la cara...
te la robo, te la robo, y la llevaré en lugar de la mía.
Pero sobre la mía se gasta enseguida.
Lo hace por estirarla.
Podría decirte que morir es un arte
y que aprendo deprisa.
Creo que en esa escuela ya has
elegido tu propio lápiz
y empezado a escribir tu nombre.
Supongo que entre ahora y luego, podríamos
algún día hacer novillos y llevarte a Fruit Street
y yo aparcaría bajo la lluvia de las hojas de octubre
y miraríamos cómo una banana acompaña a la última sandía,
retrasada, a través de ese portal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario